La fe de Yésica, una niña pobre que vivía en las calles de Inglaterra, fue el cincel y el martillo que Dios utilizó para romper el corazón del señor Daniel. El señor Daniel había pensado por muchos años que asistir a una iglesia sería sufciente para estar a cuentas con Dios. Nunca imaginó que una niña despeinada, descalza y andrajosa sería el medio que le sacaria de aquella oscuridad espiritual.